Mujeres olímpicas: las verdaderas campeonas de París 2024

Dos trabajadoras del hogar detrás de los medallistas que hicieron historia

Rebeca Andrade se consagró como la atleta más condecorada de la historia de Brasil, al ganar una medalla de oro, dos de plata y una de bronce en los Juegos Olímpicos de París 2024. El velerista peruano Stefano Peschiera también marcó un hito al obtener una medalla de bronce en París que hizo posible el retorno de su país al podio olímpico después de 32 años. Ella es una mujer negra, de orígenes humildes y vida dura. Él es un hombre de familia acomodada y vida sin sobresaltos. Sin embargo, ambos tienen algo en común, y va mucho más allá del deporte: ninguno de ellos estaría donde hoy está si no fuese por las dos trabajadoras del hogar que apuntalaron su camino hacia el éxito.

La hija de “Doña Rosa”

La gimnasta Rebeca Andrade conquistó al mundo en París con su destreza, su potencia y su carisma, pero lo conmovió hasta la médula con su historia de perseverancia y superación en la que “Doña Rosa” se lleva todas las preseas. Y es que la vida de la nueva estrella mundial de la gimnasia artística no fue fácil, y tal vez el éxito no hubiese llegado de no ser por el apoyo de su madre, la trabajadora del hogar Rosa Santos.

Rebeca nació en la comunidad Vila Fátima, en San Pablo, donde desde muy pequeña, entre los niños que jugaban en las calles de tierra, se destacó por su agilidad inusitada. Pero su madre Rosa, trabajadora del hogar y jefa de familia con cinco hijos a cargo, ni siquiera soñaba con que su hija pudiera dedicarse a la gimnasia artística, una disciplina tradicionalmente alejada de las clases populares. A principios de los 2000, la municipalidad paulista lanzó un proyecto de becas deportivas para niños de bajos recursos, y la tía de Rebeca, Cida, que trabajaba como cocinera en el gimnasio donde entrenaban, suplicó que le dieran una oportunidad a su sobrina. Apenas la vio moverse, la entrenadora supo que esa pequeña inquieta iba a llegar muy lejos.

Un nuevo camino se abría para Rebeca, pero lleno de obstáculos que no habría sorteado sin el sostén y el sacrificio de su madre. Como no tenían dinero para pagar el boleto de ómnibus, Rebeca caminaba dos horas de ida y dos de vuelta para ir a los entrenamientos. La acompañada su hermano Emerson, de tan solo 15 años. En ese tiempo, Doña Rosa tenía tres empleos para llevar el pan a casa y costear la carrera de su hija. Se levantaba de madrugada para preparar el desayuno y salía rumbo a su primer trabajo en casa de familia, dejando a los hijos más chicos al cuidado de los más grandes. Al mediodía, corría hacia otro hogar, en el que trabajaba hasta las 6 de la tarde. Y de jueves a domingo, por las noches trabajaba en una pizzería. Este esfuerzo monumental le permitió comprar una bicicleta usada para que Emerson llevase a Rebeca a entrenar.

A los 13 años, Rebeca ganó el campeonato nacional brasileño de gimnasia artística. A los 16, se hizo de sus cuatro primeras medallas en la Copa del Mundo, que más tarde sumarían un total de nueve. Sin embargo, en el medio de una carrera en pleno ascenso, Rebeca sufrió varias lesiones graves y se sometió a tres cirugías que la llevaron a pensar en abandonar el deporte. Pero ahí estaba su madre, como siempre, dándole la fuerza necesaria para seguir adelante. Será por todo esto que, en lo más alto de su carrera, tras subir cuatro veces al podio en los Juegos Olímpicos de París, Rebeca Andrade miró hacia la platea y le dedicó su triunfo a la gran Doña Rosa.

"Mi madre es una mujer fuerte, que hizo todo por sus hijos, que nos enseñó a creer. Lo que realmente importa yo lo aprendí en casa Siempre me decía que yo podía ser lo que quisiera, y esas palabras me han acompañado hasta hoy. Mi madre es la que me dio la confianza, la seguridad y la fuerza que me llevaron hasta aquí. En los momentos más difíciles, cuando hasta pensé en abandonar el deporte, recordaba la voz de mi madre, Doña Rosa, diciéndome que ella estaba conmigo y que no me iba a dejar caer: 'Puedes lograr lo que te propongas, Rebequita, vuela alto'. Volé y lo logré. Ella es la verdadera campeona. Ella lo es todo en mi vida”, expresa Rebeca entre lágrimas.

A pesar de las dificultades que ha atravesado en su vida, Doña Rosa nunca perdió el optimismo y la fortaleza. Para ella, todo es gratitud: “Nuestra vida es un milagro. Dios tenía un propósito para nosotros y lo cumplió. Todo llega en el momento en que tiene que llegar, sólo hay que confiar. Esta medalla de oro no cambia mi vida, sino que aumenta mi fe, porque Dios nos dio mucho más de lo que esperábamos. Con esta fe crié a mi hija”.

“Pingüino del mar”

La multitud que esperaba al velerista olímpico Stefano Peschiera en el aeropuerto Jorge Chávez de Lima estalló de emoción al verlo entregar su medalla de bronce a su nana Piedad. El deportista conmovió con su gesto de reconocimiento y gratitud hacia la trabajadora del hogar que desempeñó un rol clave en su vida.

Piedad estuvo presente en cada momento de la vida y la trayectoria deportiva de Stefano desde que él tenía 5 años. Lo cuidaba mientras sus padres se dedicaban a su actividad profesional, lo ayudaba con las tareas escolares, le preparaba la comida, lo llevaba a los entrenamientos y torneos de vela, y hasta lo acompañó, como adulta responsable, a su primera Olimpíada en Río de Janeiro, en 2016. Piedad es “como de la familia” para los Peschiera, por el afecto y la confianza con que se la trata. Pero, por sobre todo, es una trabajadora con derechos, algo que en el hogar de Stefano siempre se respetó, aun cuando en el Perú las trabajadoras del hogar no contaban con una ley que las protegiera (la Ley que equipara sus derechos con los del resto de los trabajadores se aprobó en 2020).

“Piedad es muy especial para mí, porque me ha acompañado desde que nací y me ha criado. Sus valores son los que yo tengo hoy día. Ella me enseñó a ser creyente y me transmitió la importancia de la sencillez. Y, como si esto fuera poco, cocina como los dioses. Yo no como otro ají de gallina que no sea el que ella prepara”, cuenta Stefano.

Stefano Peschiera nació en 1995 en el seno de una familia de clase media-alta y se crió en un exclusivo barrio limeño. Fue el abanderado de Perú en la inauguración de los Juegos Panamericanos de Lima 2019. ​En 2023, participó en los Panamericanos de Santiago, donde obtuvo una medalla de oro. También ha participado en los Juegos Olímpicos de Río 2016, Tokio 2020 y París 2024, donde pasó a la historia grande del deporte peruano y se hizo acreedor de los laureles deportivos, el mayor galardón que el Gobierno entrega a un deportista y que conlleva la inscripción de su nombre en la fachada del Estadio Nacional.

En estas Olimpíadas, el " pingüino del mar", como lo apodó Piedad, siguió el consejo de su querida nana: “No vueles muy bajo porque te vas a mojar las alitas y no vas a poder volar". Stefano voló alto y conquistó la medalla de bronce. Pero en su vida personal, anda como los verdaderos pingüinos: con los pies sobre la tierra. Con su humildad y su buen corazón se ganó el afecto del pueblo peruano y del mundo entero.

En Brasil, una trabajadora del hogar pobre y madre soltera hizo todos los sacrificios imaginables y se sobrepuso a cientos de adversidades para hacer realidad el sueño de su hija. Doña Rosa y Rebeca son el símbolo de la superación y la resiliencia que corre por las venas de las trabajadoras del hogar. Son el “Sí, se puede” viviente.

En Perú, una trabajadora del hogar sabia y amorosa sembró en el niño al que cuidaba la semilla del esfuerzo, la modestia y la sensibilidad que lo llevaron a la gloria. Piedad y Stefano son el testimonio del impacto tremendo que las trabajadoras del hogar pueden tener en la vida de aquellos a quienes cuidan.

Mundos diferentes, separados por un abismo socioeconómico, pero unidos por el trabajo de cuidados -remunerado y no remunerado- de dos mujeres que los llevaron a volar bien alto como deportistas y como seres humanos. ¡Medalla de oro para Doña Rosa y Piedad!