Adelinda Díaz Uriarte: Una vida ejemplar consagrada a las trabajadoras del hogar

Hoy, 13 de noviembre de 2024, nos toca despedir con mucho dolor a nuestra queridísima Adelinda Díaz Uriarte, histórica líder de las trabajadoras del hogar en Perú y en toda América Latina. Si tuviéramos que describirla en una sola frase, podríamos decir: “Toda una vida al servicio de las trabajadoras del hogar”, pero ese puñado de palabras no le hacen justicia. Necesitaríamos muchas más para honrar como se merece a la dirigenta de FENTRAHOGARP por el legado que nos ha dejado con su ejemplo de entrega y sacrificio, su fe y su espiritu resiliente, su activismo incansable y su corazón solidario. Desandar su impresionante historia de vida es una manera de homenajearla y eternizarla en nuestras almas. Adelinda inspirará por siempre a quienes luchamos por un futuro donde la dignidad y el trabajo decente sean una realidad para todas las trabajadoras del hogar del mundo.

Una vida de sacrificio y resiliencia

Adelinda Díaz Uriarte nació el 8 de marzo de 1946 en un pueblo de la provincia de Chota, departamento de Cajamarca, en el seno de una familia compuesta por ocho hijos de una madre hilandera y un padre agricultor. A pesar de haber llegado a este mundo con apenas siete meses de gestación, poco peso y mucha debilidad, en una época en que la mayoría de los niños sietemesinos no sobrevivían, Adelinda ganó su primera batalla.

“Nací para vivir, por difícil que fuera y aun cuando la vida me negara las mínimas condiciones favorables”.

Cursó hasta el segundo grado de la escuela primaria en un establecimiento educativo rural, rodeada de varones. Eran tiempos en que la escolarización no era habitual entre las niñas. Pero la prematura muerte de su madre cambió el rumbo de aquella alumna brillante, que debió abandonar los estudios para ocuparse de la crianza de sus tres hermanos menores hasta los 14 años. Fue entonces, ya en su adolescencia, cuando le ofrecieron un trabajo en Lima y la posibilidad de retomar el colegio. Con la ilusión de un futuro mejor, su padre cedió legalmente la custodia de Adelinda a una familia del exclusivo barrio de Miraflores. Fue el principio de un calvario que se prolongaría por diez años.

El lugar de descanso que le asignaron sus empleadores era indigno. Pasaba frío y hambre. Sólo contaba con un uniforme de servicio y un guardapolvo para ir a la escuela. Trabajaba descalza, porque quería preservar los únicos zapatos que tenía para asistir a clases. Durante cuatro años, cocinó, lavó y limpió para una familia compuesta por quince personas, además de atender a una señora de 90 años. Trabajaba catorce horas diarias sin sueldo y sin salidas semanales. Sólo veía la calle para ir y venir de la escuela, caminando con el último aliento y el estómago vacío, flaca hasta la anemia. Ni siquiera le permitían comunicarse con su padre: destruían la correspondencia, haciéndole creer que ni su propia familia se interesaba por ella.

“Me discriminaban por el color de mi piel. Me llamaban ‘chola’ o ‘serrana’ despectivamente. En mi corazón se asentaba el peso de una roca gigante: me dolía ser migrante, huérfana y pobre”.

El documento que su padre les había hecho firmar a los patrones, por el cual estos se comprometieron a no interrumpir sus estudios, fue la única luz de esperanza para aquella adolescente que sabía que cuando alcanzara la mayoría de edad al fin dejaría de ser esclava y contaría con una educación capaz de abrirle nuevas puertas. A través del colegio religioso de Fátima, Adelinda tomó contacto con la Juventud Obrera Cristiana y conoció sus derechos como trabajadora. Así fue como se enteró de que había muchas otras chicas en su misma situación y comenzó a alimentar la idea de organizarlas. Terminó sus estudios primarios con calificaciones sobresalientes y con un sueño recién nacido.

Pero aún quedaban años de malos tratos, penurias y humillaciones. Siendo ya una jovencita, a la explotación laboral que venía sufriendo Adelinda se sumó el acoso sexual por parte del hijo de su empleadora. Por eso, apenas cumplió los 18 años huyó de aquella prisión con las manos vacías, pues ni su Biblia le dejaron llevarse. Durante tres días, vagó por las calles de Miraflores, bebiendo de las fuentes en las plazas públicas para calmar su sed y durmiendo bajo los árboles, hasta que una compañera de estudios la cobijó de incógnito en la casa donde trabajaba. De día, cuando la familia estaba ausente, Adelinda ayudaba a su amiga con las tareas domésticas. De noche, se escondía debajo de su cama para que no la descubrieran.

Con su segundo y su tercer trabajo no tuvo mejor suerte: familias acaudaladas y de apellidos ilustres que le daban un techo precario y comida escasa a cambio de horas eternas de trabajo pesado. ¿Salario? Un “privilegio” que todavía no conocía. En 1970, consiguió el primer empleo por el que le pagaron un sueldo y la trataron dignamente. Ya en esa casa, Adelinda logró culminar el colegio secundario y tomar el impulso que le faltaba para lanzarse a la actividad sindical.

Bajo la mentoría y la orientación espiritual del sacerdote Carlos Álvarez Calderón, aquella muchacha tímida, pero con un potencial abrumador, se transformó en una líder incipiente. El religioso la empujó a su bautismo de fuego: hablar de derechos laborales nada menos que frente a quinientas compañeras trabajadoras del hogar. Ese fue un punto de quiebre en su vida personal y su militancia sindical.

“Nunca olvidaré lo que me dijo el Padre en aquel momento, mientras me resistía al borde de las lágrimas: ‘Hoy estas llorando para no hablar; más tarde llorarás mucho más, pero no dejarás de hablar’. Así fue como descubrí que mi misión era dejar de llorar por mi desgracia, el abuso y la discriminación que me tocaba vivir. Descubrí que todo era parte de mi aprendizaje para luchar por los derechos de muchas otras mujeres que sufrían tanto o más que yo”.

El sueño de la organización sindical se concreta

En 1971, con el apoyo de su otro mentor, el sacerdote Alejandro Cusianovich, Adelinda se decidió a dar el gran salto, convencida de que las trabajadoras del hogar tenían los mismos derechos que cualquier trabajador, que debían organizarse y que contaban con la fuerza necesaria para hacerlo. Entonces, reunió a veinte compañeras de diferentes comunidades cristianas interesadas en capacitarse en organización sindical, con quienes empezó una ardua labor que se cristalizó en 1973 a través de la conformación de ocho agrupaciones distritales articuladas bajo la Coordinadora de Sindicatos de Trabajadoras del Hogar de Lima Metropolitana.

La reacción de los empleadores a las primeras volanteadas de aquellas pioneras no se hizo esperar. De inmediato, publicaron solicitadas aberrantes en los principales periódicos del país: “Las servilletas se han organizado. Piden corbata michi, televisor a colores, alfombras y de yapa a mi marido”. Y aunque muchas de ellas fueron despedidas, no sólo no se amilanaron, sino que redoblaron la apuesta. “La lucha fue titánica: nunca antes las mujeres menos valoradas del país por el tipo de trabajo que realizábamos nos habíamos rebelado y alzado tanto la voz”, recordaba Adelinda.

En 1976, ampliaron el alcance de la Coordinadora a nivel nacional, pero la cruenta dictadura militar de la época combatió la militancia sindical y persiguió a sus dirigentas. La organización fundada por Adelinda recién pudo reactivarse seis años más tarde, con la vuelta de la democracia, pero aún no conseguía el reconocimiento formal por parte del Estado. De modo que, como hábil alternativa para seguir reivindicando los derechos del sector, nuestra líder fundó el Centro de Capacitación de Trabajadoras del Hogar (CCTH), al que no pudieron negarle la personería jurídica.

En 1993, ante la necesidad de visibilización y comunicación, Adelinda creó el programa radial “Sonco Warmi” (que en lengua quechua significa “corazón de mujer”), conducido por las propias trabajadoras del hogar bajo el lema “La voz de las que nunca tuvimos voz”. Con la llegada del nuevo milenio, el camino comenzó a allanarse: en 2006, nuestra líder fundó el Sindicato Nacional de Trabajadoras del Perú (SINTRAHOGARP), con nueve filiales en todo el país; y en 2013 formó la Federación Nacional de Trabajadoras del Hogar del Perú (FENTRAHOGARP), que cuenta con ocho sindicatos afiliados y es parte de Central Unitaria de Trabajadores del Perú (CUT).

Bajo el liderazgo de Adelinda, estas organizaciones emprendieron una década de lucha denodada e incidencia aguerrida ante empleadores y gobiernos, así como un sinfín de iniciativas de apoyo, asistencia, asesoría y capacitación dirigidas a las trabajadoras del hogar. El broche de oro de tamaño trabajo ha sido la aprobación de la Ley de Trabajadoras del Hogar, en 2020, que equipara los derechos laborales del sector con el del resto de los trabajadores (antes de esta Ley, las TH gozaban de la mitad de los derechos laborales vigentes para otros trabajadores). Una conquista histórica e impensada años atrás.

Una lucha que trasciende fronteras

En 1979, cuando aún no existía una organización internacional de trabajadoras del hogar, Adelinda ya reclamaba el reconocimiento de los derechos del sector ante las ONU, en Estados Unidos. Y en 1983, coincidió con compañeras de otros países de la región en un evento de Latin American Studies Association (LASA), organizado por la académica feminista Elsa Chaney. Allí, de la mano de Adelinda Díaz Uriarte, Aída Moreno (Chile) y Yeny Hurtado (Colombia), comenzó a gestarse la CONLACTRAHO, que nació formalmente en 1988 con diez organizaciones afiliadas. Adelinda ocupó el cargo de Secretaria de Defensa y Derechos Humanos por dos períodos consecutivos de una intensa actividad que, en conjunto con la Red Internacional de Trabajadoras del Hogar (hoy, FITH), derivaron en la adopción del Convenio 189 por parte de la OIT en 2011.

Lluvia de reconocimientos

La lucha de Adelinda también trascendió el ámbito del trabajo doméstico, al punto de que le han ofrecido puestos políticos y tentadores beneficios que ella rechazó de plano.

“No acepté cargos políticos por mis principios y dignidad. No es fácil ser dirigente: hay grandes contradicciones de protagonismo y divisiones que no dejan avanzar a nuestras organizaciones. Muchas veces quise tirar la toalla, pero cuando veía a mis compañeras maltratadas, despedidas, acosadas y violadas, veía el espejo de lo que yo viví, y eso me dio valor para seguir adelante sin claudicar. Mis compañeras y los olvidados me necesitaban más que la política”.

La integridad humana y el compromiso de Adelinda con la defensa de los derechos de las trabajadoras del hogar, mujeres, indígenas, migrantes y personas vulnerables le han valido numerosos reconocimientos nacionales e internacionales: de la CEDAL, el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social, Flora Tristán, la Confederación General de Trabajadores del Perú, el periódico “El Comercio”, y la Red Internacional de Trabajadoras del Hogar IDWN, entre muchos otros. También recibió el premio estadounidense “100 heroínas” por su destacada contribución para lograr la igualdad de las mujeres. Pero la distinción que más la ha conmovido es la que le otorgó la escuela de Chota donde inició sus estudios primarios, que la nombró “madrina” de las nuevas generaciones.

Perlas para atesorar

Adelinda Díaz Uriarte era, además, una oradora esclarecida y apasionada. Vale la pena recordar algunas de sus declaraciones más poderosas:

  • “Me hice dirigente para hacer de esta sociedad un lugar donde las mujeres que realizamos el trabajo del hogar y del cuidado dejásemos de ser tratadas como no humanas, no personas, no ciudadanas”.
  • “Desde mi experiencia de esclavitud y negación de mis derechos, hasta mi trabajo por el respeto de los derechos humanos de las mujeres trabajadoras, me reconozco sumergida en una lucha profundamente política que no ha sido en busca de acomodos, sino de un cambio en las condiciones de vida, trabajo y ciudadanía en mi país y en el mundo”.
  • “He acumulado experiencia, me he desprendido del temor y la soledad que me mantuvieron inmovilizada durante cuatro años de mi vida juvenil, presa no de las cuatro paredes donde me retenían, sino de la ignorancia y el desconocimiento de que tenía derecho a tener derechos. Sin embargo, aún la tristeza y la impotencia me rondan cuando día a día me veo reeditada en cada una de las historias de las trabajadoras del hogar de mi país”.
  • “He comprendido que mi misión ahora va más allá de organizar a las mujeres trabajadoras: hoy necesitamos que nuestra voz llegue directa, clara y contundente a los espacios de poder donde se define nuestro destino. Porque en el segundo decenio del siglo 21 aún persisten con crueldad el abuso, la explotación, el maltrato y la discriminación a las mujeres y los hombres que trabajamos en los puestos de servicio”.
  • “Entregué toda mi vida con mucho cariño y amor a la defensa de las trabajadoras del hogar. Cambié formar un hogar y tener hijos por lo que más me gusta: luchar por encontrar justicia. Es lo único que tengo y lo que me llevaré cuando desaparezca de este planeta”.

Te vamos a extrañar mucho, Adelinda, pero sabemos que nunca desaparecerás de este planeta mientras estés en nuestros corazones. ¡Gracias, guerrera, por todo lo que nos has regalado! Descansa en paz en la Eternidad que te tanto mereces.

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